Abstract
Cuando el amor llega, no lo hace sin sorpresa. El encuentro amoroso no es azar a pesar que se da en la coincidencia. Obedece a una ética propia y es la del inconsciente, ilustrada por el tan escuchado “siempre me tocan iguales”.
Dos inconscientes se unen, forman un vínculo con sus historias, sus necesidades y expectativas. Es mediante el deseo de saber propio al amor, que éste habla, con cartas, canciones, poemas.
Alegorías que vivifican al amor, que con creatividad van sorteando la inadecuación estructural entre los seres hablantes.
En el momento del encuentro, la ilusión amorosa puede considerarse como una suspensión en el tiempo en la que una relación total con el otro es posible, un encuentro sin falta en el que la inadecuación originaria desparece. Es precisamente en este tiempo de suspensión, en el que la contingencia del encuentro amoroso puede tornarse en una necesidad, volviendo al amor un drama.
Frente al desencuentro amoroso, el deseo, que antes era un deseo de saber, se torna en un deseo de no saber más, no saber por qué se eligió a esa pareja. Los puentes de comunicación se rompen, la violencia irrumpe.
En momentos de ruptura, sobre todo cuando hay hijos, es necesaria la misma creatividad y renovación con la que se comenzó el camino del amor. Regresar al principio, encontrar la parte de responsabilidad propia y conjunta permitirá que se pueda generar una transición, un objetivo familiar que apunte a nuevas formas de vida.
Más allá del dolor, es necesario que los miembros de la familia puedan seguir teniendo intercambios justos, pero sobre todo que el vínculo sea capaz de generar confianza, esperanza y cuidado responsable, sobre todo en los menores.
Dos inconscientes se unen, forman un vínculo con sus historias, sus necesidades y expectativas. Es mediante el deseo de saber propio al amor, que éste habla, con cartas, canciones, poemas.
Alegorías que vivifican al amor, que con creatividad van sorteando la inadecuación estructural entre los seres hablantes.
En el momento del encuentro, la ilusión amorosa puede considerarse como una suspensión en el tiempo en la que una relación total con el otro es posible, un encuentro sin falta en el que la inadecuación originaria desparece. Es precisamente en este tiempo de suspensión, en el que la contingencia del encuentro amoroso puede tornarse en una necesidad, volviendo al amor un drama.
Frente al desencuentro amoroso, el deseo, que antes era un deseo de saber, se torna en un deseo de no saber más, no saber por qué se eligió a esa pareja. Los puentes de comunicación se rompen, la violencia irrumpe.
En momentos de ruptura, sobre todo cuando hay hijos, es necesaria la misma creatividad y renovación con la que se comenzó el camino del amor. Regresar al principio, encontrar la parte de responsabilidad propia y conjunta permitirá que se pueda generar una transición, un objetivo familiar que apunte a nuevas formas de vida.
Más allá del dolor, es necesario que los miembros de la familia puedan seguir teniendo intercambios justos, pero sobre todo que el vínculo sea capaz de generar confianza, esperanza y cuidado responsable, sobre todo en los menores.
Original language | Spanish |
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Journal | Dominio Medios |
Publication status | Published - 28 Sept 2019 |