No es un eufemismo ni es una ilusión etérea. Es una profunda convicción que deberíamos comenzar a creer en realidad. No es posible dar a Venezuela como una causa absolutamente perdida.
Creerlo es caer en la defección, es decir, abandonar los ideales por los que tanto se trabajó. En términos populares, rendirse y colgar los guantes, pero la historia venezolana está llena de personajes que puedan servir de inspiración para la causa libertaria.
Por el contrario, la defección se traduce en la pérdida de toda esperanza, como aquella inscripción que Dante Alighieri, el importante poeta italiano, puso en la puerta del infierno: “Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate” (Dejen toda esperanza los que entren).
Sin embargo, la crisis migratoria de más de siete millones fuera del país, y las miles de víctimas que se suman día tras día, por pobreza, inseguridad, violencia y la olvidada crisis humanitaria, deberían ser las razones suficientes para empeñarse por Venezuela.
La Venezuela de bien
Desde el punto de vista cristiano, el mal no tiene la última palabra en la historia, y en el país no hemos llegado al noveno inning. No es el momento de tener mentalidad de derrota, ni tampoco de una victoria déspota opresora. La clave está en el bien y la esperanza.
El bien concreto en pequeñas acciones, en los pequeños gestos de caridad, en la gente sencilla que sigue creyendo en la honestidad y en el deber cumplido.
No es que sean más o menos los buenos, no es un asunto de matemáticas, ni siquiera de mayoría, sino simplemente que, los que están, hagan bien las cosas y no sigan, ni se sigan alimentando del veneno de la viveza criolla, la cual, empuja a pensar que para sobrevivir hay que comerse unos a otros.
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