El 14 de febrero, día del amor y la amistad, comercialmente se ha vuelto una celebración universal, y aunque suene a un sentimiento cursi, urge rescatar el sentido real del término amor.
La palabra amor es manoseada y desgastada constantemente, o en términos de Bauman, licuada con otro tipo de expresiones que se reducen a sentimentalismos, gustos, apetencias, preferencias y hasta caprichos, como si la vida fuese un antojo permanente.
Sin embargo, todos necesitan sentirse amados, reconocidos y respetados, pero esto será posible, si se es capaz de amar; cosa nada sencilla y más en el diluido escenario.
No todo se llama amor
En el primer nivel, el consumo, en el que se reduce el amor a las cosas, lo cual, podría devenir en consumismo, y no solo en los lugares de libre mercado, en sociedades con restricciones comerciales, con sistemas de extrema izquierda, es dónde más se alimenta el deseo de tener cosas, y quererlas como si fuesen personas.
El segundo aspecto, en una desviación al extremo, plantas y animales, obviamente desde la perspectiva de alejarlos de su propia esencia, humanizándolos y desnaturalizándolos. El asunto no es que se tengan mascotas, lo cual es loable y hasta en cierto punto necesario, sino considerar que realmente esa sería la única forma de recibir y dar amor.
Por último, en el plano de las personas, en el que se mezcla el amor con las relaciones sociales e interpersonales, lo cual, podría quedar reducido al sentirse bien y a gusto, una perspectiva netamente hedonista.
Pero en el fondo, todos estos escenarios solo hablan de utilitarismo, de utilizar cosas, animales, plantas y personas para recibir amor, o para condicionar, qué tipo de amor se puede ofrecer.
El tema se hace más complejo cuando a nivel social no hay formas de expresión de amor, pues la realidad reinante es la del utilitarismo, y por ende, la cultura del descarte, que es una forma de odiar.
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