Como si estuviésemos en una competencia del horror, cada paso de los autoritarismos contemporáneos en Latinoamérica es peor.
La última expropiación y despojo de la Universidad Centroamericana en Nicaragua es una vergüenza descomunal tolerada por el silencio de tantos en pleno siglo XXI. Sumado al robo de la casa de los jesuitas y su expulsión implícita del país.
Ya bien lo describía el papa Francisco, una dictadura grosera y ahora podríamos agregar maleducada que solo sabe atropellar y creer que expulsando, cerrando y confiscando va erradicar el libre pensamiento.
Lo que no podrán nunca quitar
Si algo no podrá ser nunca arrebatado del pueblo de Nicaragua, ni de ningún pueblo sometido por tiranías de derecha o de izquierda, es el deseo de libertad, la conciencia de la crítica y el impulso de buscarla.
Y la principal razón es que la libertad humana es inherente a la dignidad de la persona, forma parte de la naturaleza otorgada por Dios, y nadie podrá revocar de ésta lo sembrado en su corazón.
Si, los nicaragüenses serán libres, o mejor dicho, ya lo son, siempre y cuando en su interior, en su alma de pueblo, siga el deseo de conquistar la libertad, impulso que no podrá ser confiscado, pues al corazón no se le entra por la violencia ni por medio de la fuerza.
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